Francisco envía una carta al arzobispo Kulbokas con motivo de los mil días transcurridos desde el estallido del conflicto en el país del este de Europa, en la que le agradece haber «estado al lado» de la población durante un largo periodo de sufrimiento.
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Un abrazo a todos los ucranianos, «dondequiera que estén». Una oración y un silencio, como aquel con el que cada mañana, a las 9, los habitantes de Kiev y de otras ciudades recuerdan a las víctimas del conflicto y a los prisioneros «en condiciones deplorables». Un llamamiento para que los responsables sean capaces de iniciar «caminos de diálogo, reconciliación y concordia». A continuación, la certeza de que Dios «permanece a nuestro lado incluso cuando los esfuerzos humanos parecen infructuosos y las acciones insuficientes». Tonos y sentimientos personales son los expresados por el Papa en una breve pero sentida carta enviada al arzobispo Visvaldas Kulbokas, nuncio apostólico en Ucrania, en el triste aniversario de los mil días transcurridos desde el inicio de la agresión militar rusa a gran escala. Una «inmensa tragedia», dice Jorge Mario Bergoglio, sobre la que Dios tendrá la última palabra.
No son «meras palabras» llenas de solidaridad las que el Papa envía a su representante en esta tierra que siempre ha descrito como «atormentada» y, añade hoy, «amada». Son más bien -es el propio Francisco quien las escribe- una «sentida invocación a Dios, única fuente de vida, esperanza y sabiduría, para que convierta los corazones y los haga capaces de emprender caminos de diálogo, reconciliación y concordia».
El Papa mira a todos los ucranianos y dice ser consciente de que «ninguna palabra humana puede proteger sus vidas de los bombardeos cotidianos, ni consolar a los que lloran a los muertos, ni curar a los heridos, ni repatriar a los niños, ni liberar a los prisioneros, ni mitigar los duros efectos del invierno, ni restablecer la justicia y la paz». Esto, sin embargo, no borra la esperanza de que la palabra «PAZ» -escrita en mayúsculas para resaltar el alcance del deseo-, «desgraciadamente olvidada hoy por el mundo», vuelva a «resonar en las familias, los hogares y las plazas de la querida Ucrania». «Desgraciadamente, al menos por ahora, ¡no es así!», observó el Pontífice.
A continuación, asegura que une su oración a la de quienes «cada mañana, a las 9 horas, con un “minuto de silencio nacional”, los ucranianos recuerdan con dolor las numerosas víctimas causadas por el conflicto, niños y adultos, civiles y militares, así como los prisioneros, que a menudo se encuentran en condiciones deplorables». «Me uno a ellos para que sea más fuerte el grito que se eleva al Cielo, de donde viene la ayuda: Mi ayuda viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», dice el Papa.
La carta termina con una oración a Dios para que, «al recoger todas las lágrimas derramadas» por las que «pedirá cuentas», consuele los corazones y fortalezca la esperanza de su presencia: «Será Dios -concluye el Papa Francisco- quien pronunciará la última palabra sobre esta terrible tragedia».
De ahí una bendición a «todo el pueblo ucraniano, empezando por los obispos y sacerdotes, con los que tú, querido hermano -escribió a Kulbokas-, has permanecido al lado de los hijos e hijas de esta nación a lo largo de estos mil días de sufrimiento».
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