Andrea Tornielli
Cuentan que San Felipe Neri le decía a su amigo Cesare Baronio, fundador de la historiografía católica: ven al menos una vez al mes a enseñar la historia de la Iglesia a nuestros alumnos porque no la conocen, y si no conoces la historia llegarás a no conocer la fe. Este énfasis en el estudio de la historia está más vigente que nunca, y la Carta publicada por el Papa Francisco lo deja muy claro. Como en la anterior Carta del pasado mes de agosto, dedicada a la importancia de la literatura, el Sucesor de Pedro habla, ante todo, a los sacerdotes pensando en su formación, pero pone el foco en un tema que no sólo les interesa a ellos.
Estudiar la historia de la Iglesia es un modo de conservar la memoria y construir el futuro. Y es la mejor manera de interpretar la realidad que nos rodea. Educar a las jóvenes generaciones a profundizar en el conocimiento del pasado, a no fiarse de eslóganes simplificadores, a navegar en el laberinto de millones de «noticias» a menudo falsas o, en todo caso, tendenciosas e incompletas, es una misión que nos concierne a todos. Las palabras de San Felipe Neri insisten en el vínculo peculiar de la fe cristiana con la historia. La encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios es un acontecimiento que dividió la historia humana en dos -entre un antes y un después-. La fe católica no es ante todo idea, filosofía, moral, sino relación, vida, concreción, historia. Somos cristianos gracias a un testimonio que se ha transmitido de madre a hijo, de padre a hija, de abuelos a nietos. Y remontando esta cadena llegamos a los primeros testigos, los apóstoles, que compartieron, día tras día, toda la vida pública de Jesús.
Este amor por la historia, acompañado de la mirada de la fe, hace mirar con atención incluso las páginas menos nobles y más oscuras del pasado de la Iglesia. «Estudien sin prejuicios, porque la Iglesia no tiene necesidad de mentiras, sino sólo de verdades», dijo León XIII al inaugurar en 1889 el entonces Archivo Secreto Vaticano.
Por supuesto, ahondar en la historia nos pone en contacto con las «manchas» y las «arrugas» del pasado. Francisco explica que «la historia de la Iglesia nos ayuda a mirar a la Iglesia real para poder amar a la que realmente existe y que ha aprendido y sigue aprendiendo de sus errores y caídas. Reconocerse a sí misma incluso en sus momentos oscuros la hace capaz de comprender «las manchas y las heridas» del mundo de hoy.
La mirada del Papa se aleja, por tanto, de cualquier preocupación apologética, tendente a presentar una realidad edulcorada; así como de las tendencias ideológicas que, por el contrario, presentan a la Iglesia como un pozo negro de malhechores. En realidad, una Iglesia que realmente sabe afrontar cada arruga de su pasado tiene más posibilidades de permanecer humilde porque es consciente de que es el Señor quien salva a la humanidad, y no las estrategias de marketing pastoral o el protagonismo de tal o cual personaje de moda.
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