De visita en el Principado de Mónaco, el secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales se reúne con sacerdotes, responsables de servicios diocesanos, religiosos y religiosas. «Las guerras y los conflictos no deben hundirse en el olvido, detrás de las estadísticas hay vidas humanas». El llamamiento para que el Mediterráneo no se convierta en un cementerio.
Isabella Piro – Ciudad del Vaticano
El Jubileo de 2025 y la diplomacia de la Santa Sede tienen en común un factor llamado «esperanza». Así lo expresó el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, ayer por la tarde, 27 de enero, en el Principado de Mónaco, al reunirse con sacerdotes, responsables de servicios diocesanos, religiosos y religiosas. El encuentro tuvo lugar en la Capilla de la Misericordia del Arzobispado local, al término de la visita de dos días del prelado al Principado, por invitación de Alberto II y con ocasión de las fiestas de la santa patrona local, Devota.
Ayer por la mañana, monseñor Gallagher presidió la celebración eucarística en la catedral de la Inmaculada Concepción. Luego, por la tarde, se reunió con el clero: recordando el tema jubilar de la esperanza, el prelado destacó cómo «ante las guerras en curso y la “amenaza cada vez más concreta de una guerra mundial” a la que el Papa Francisco se refiere a menudo», el actual Año Santo «quiere ser una respuesta espiritual a los males temporales que afligen a tantos países». Y es con este objetivo que la Santa Sede, con su acción diplomática, «mira con compasión los sufrimientos del mundo, los afronta con empatía, escucha las necesidades y propone soluciones innovadoras para resolver los conflictos, ya sea en Ucrania, Oriente Medio, el Cáucaso o Yemen». Las palabras del prelado no dejaron de mencionar los dramas que se viven en el continente africano, particularmente en Sudán, el Sahel, el Cuerno de África, Mozambique y el este de la República Democrática del Congo. Todos territorios -reiteró el arzobispo- golpeados por graves emergencias humanitarias, crisis climáticas y, en algunos casos, por el «flagelo del terrorismo».
Pero más allá de la «gestión de la crisis», la labor de la diplomacia papal se centra en principios básicos como la paz, la fraternidad, el multilateralismo, la salvaguarda de la Creación, la regulación de los flujos migratorios, una economía justa, la lucha contra el tráfico de personas y la defensa de los derechos humanos. También fue central en el discurso de monseñor Gallagher el llamamiento a «la garantía de la libertad religiosa, una de las condiciones mínimas para vivir con dignidad» y sin la cual «la verdadera paz queda fuera de nuestro alcance».
A continuación, el arzobispo recordó los numerosos y continuos llamamientos e iniciativas del Papa Francisco para poner fin a los conflictos en el mundo. «Lo esencial no es la eficacia inmediata de estos llamamientos -dijo- sino el hecho mismo de nombrar las guerras y los conflictos, para que no se hundan en el olvido y para que las víctimas puedan beneficiarse de la atención y la solidaridad mundiales. Porque detrás las estadísticas hay vidas y destinos destruidos. Las guerras no acabarán nunca, pero el mero hecho de que se nombren, de que los ojos del mundo se posen en ellas, aunque sea brevemente, contribuye a darles una dimensión humana».
El Secretario para las Relaciones con los Estados hizo una reflexión específica sobre la cuestión de las migraciones: reiterando el llamamiento del Pontífice a no convertir el mar Mediterráneo en un «cementerio nostrum», monseñor Gallagher exhortó a acoger a esos «hermanos y hermanas en humanidad que llaman a nuestras puertas», trayendo consigo a menudo «talentos y energías». Una hospitalidad «basada en el respeto de las leyes y los equilibrios sociales y culturales», añadió el arzobispo, debe contemplar también la colaboración con los países de origen de los emigrantes para permitir a sus habitantes «vivir con dignidad en su propia tierra, como ciudadanos libres y realizados».
De ahí el llamamiento del prelado a tutelar la dignidad humana de todas y cada una de las personas, para allanar el camino hacia «un futuro más seguro»: «Ningún ser humano debe sentirse culpable por existir y ningún anciano o enfermo debe verse privado de esperanza o rechazado», remarcó. En este contexto -continuó el arzobispo- la diplomacia de la Santa Sede, caracterizada por la esperanza y la misericordia, se convierte en «un vector de solidaridad», «una fuerza para la acción moral», «una brújula que guía las conciencias». Animada por la defensa del bien común, de hecho, «busca promover valores más que proteger intereses particulares».
Y estos objetivos pueden traducirse en acciones concretas, como: «Apoyar la cancelación de la deuda externa de los países más pobres, promover una justa transición ecológica, apoyar un desarrollo integral accesible a todos, aplicar una política internacional de desarme y buscar soluciones duraderas a los conflictos».
La piedra angular de este enfoque, argumentó monseñor Gallagher, es una «cultura del encuentro» que cree redes, fomente el diálogo «incluso entre beligerantes, sean quienes sean» y trabaje para resolver las crisis «sin humillar nunca a los vencidos, para sentar las bases de una paz verdaderamente justa y duradera». La esperanza del Secretario para las Relaciones con los Estados fue, por tanto, que esta «estrategia, esencial en un mundo cada vez más fracturado», pueda «adoptarse y reforzarse a una escala aún mayor», también en colaboración con la Iglesia local y a través de una «diplomacia de la esperanza» basada en los cuatro pilares de «verdad, perdón, libertad y justicia».
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