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La misión es obra del Espíritu Santo, no de nuestras “técnicas”

Una reflexión sobre el primer día del Papa Francisco en Papúa Nueva Guinea.

Andrea Tornielli

¿Cómo se hace para transmitir el entusiasmo de la misión a los jóvenes? «No creo que existan “técnicas” para esto…». En la pregunta de James, catequista, y en la respuesta que recibió del Papa, podemos ver uno de los temas más queridos por Francisco. ¿Qué cosa hay en el origen de ser misioneros? ¿Cómo se anuncia el Evangelio? Son preguntas válidas para cada lugar y cada época, pero aquí, en Papúa Nueva Guinea, un país donde se hablan 841 lenguas diferentes, están destinadas a tener un eco particular. Al encontrarse con las autoridades y la sociedad civil en Port Moresby, el Sucesor de Pedro reiteró que estaba muy fascinado por la extraordinaria riqueza cultural y humana de este archipiélago salpicado de islas, donde las conexiones son complicadas y la catequesis debe abordar una gran cantidad de idiomas diferentes que no tiene igual en el mundo: «¡Me imagino que esta enorme variedad es un desafío para el Espíritu Santo, que crea la armonía de las diferencias!».

A la pregunta de James, durante el encuentro con los obispos, el clero, las religiosas y los catequistas, el Papa respondió proponiendo lo esencial del testimonio cristiano, es decir, «cultivar y compartir nuestra alegría de ser Iglesia». A Francisco le gusta citar a menudo las palabras dichas por su predecesor Benedicto XVI en Aparecida en 2007: «La Iglesia no hace proselitismo. Más bien, se desarrolla a través de la “atracción”». Y en el libro-entrevista con Gianni Valente (“Sin Él no podemos hacer nada”, Lev 2020) explicó que «la misión es su obra. No tiene sentido preocuparse. No hay necesidad de organizarnos, no hay necesidad de gritar. No hay necesidad de trucos ni estrategias. Sólo hace falta pedir para poder repetir hoy la experiencia que te hace decir “lo hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros”… El mandato del Señor de salir a anunciar el Evangelio presiona desde dentro, mediante el enamoramiento, a través de la atracción amorosa. No se sigue a Cristo y mucho menos se llega a ser heraldo de él y de su Evangelio mediante una decisión tomada en una mesa, mediante un activismo autoinducido. Incluso el impulso misionero sólo puede ser fructífero si se produce dentro de esta atracción y se transmite a los demás».

Ante la desorientación y el cansancio que experimentan muchos cristianos en algunas zonas del mundo, sólo el testimonio de los pecadores perdonados y atraídos por el amor hace posible la misión. De lo contrario, la Iglesia – y estas son nuevamente palabras de Francisco – «se convierte en una asociación espiritual. Una multinacional para lanzar iniciativas y mensajes de contenido ético-religioso», porque «acabamos domesticando a Cristo. Ya no das testimonio de lo que hace Cristo, sino que hablas en nombre de una determinada idea de Cristo. Una idea poseída y domesticada por ti. Organizas las cosas, te conviertes en el pequeño empresario de la vida eclesial, donde todo sucede según un programa establecido, es decir, que sólo debe seguirse según las instrucciones. Pero el encuentro con Cristo nunca vuelve a ocurrir. El encuentro que había tocado tu corazón al principio nunca más vuelve a ocurrir».

Nada está exento de este riesgo: desde los proyectos pastorales hasta la organización de grandes eventos, desde las “técnicas” misioneras digitales hasta la catequesis. Se corre el riesgo de dar por supuesto lo esencial, de centrarse en los métodos, los lenguajes y la organización.

Pero la respuesta más verdadera a la pregunta de James, aquella que encarna las palabras del Papa, está en los rostros sonrientes y alegres de los misioneros que recorren kilómetros a pie, en coche y en avión, para estar cerca de todos. Para testimoniar a cada mujer y a cada hombre de esta tierra con su naturaleza espléndida y colorida, el amor de Jesús. Porque «si es Cristo quien te atrae, si te mueves y haces cosas porque eres atraído por Cristo, los demás lo notarán sin esfuerzo. No hay necesidad de demostrarlo y mucho menos alardear de ello».

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