El arzobispo Edgar Peña Parra sustituto para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado depositó la Rosa de Oro concedida por el Papa Francisco al icono mariano en la Basílica de la Esperanza Macarena de Sevilla, España: «Miremos y actuemos con amor hacia los pobres, los ancianos, los emigrantes, los enfermos y todas las víctimas de la cultura del descarte»
Lorena Leonardi – Ciudad del Vaticano
Esta fue la invitación expresada por el arzobispo Edgar Peña Parra, sustituto para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado, ayer 3 de diciembre, durante una liturgia en la que depositó la Rosa de Oro otorgada por el Papa Francisco en el icono mariano de la Basílica de la Esperanza Macarena en Sevilla, España. El sustituto para los Asuntos generales de la Secretaría de Estado viajó como enviado especial del Papa Francisco con motivo de la celebración de apertura del II Congreso Internacional de «Hermandades y Piedad Popular».
La reflexión, a los pies de la bendita imagen de Santa María de la Esperanza Macarena, se desarrolló a partir del episodio de las bodas de Caná de Galilea, «icono de la solicitud maternal de María, sensible a las necesidades de los esposos y a las necesidades de los niños de todas las edades».
La intención, explicó monseñor Peña Parra, es «asumir la tarea de vivir como Iglesia, atenta a las necesidades de los demás, al estilo de la Virgen». Un estilo caracterizado, en primer lugar, por la capacidad de «mirar con amor y atención la realidad que la rodea: la Madre de Jesús no se encierra en sí misma ni en su propio bienestar o interés, y su mirada se dirige siempre al cumplimiento de la voluntad de Dios y a los demás».
En Caná, María es la primera en percibir la necesidad de la joven familia de acogida: «No tienen vino». Tal actitud incita a examinar la disposición a ver «las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más pobres y necesitados, y también de los que sufren en silencio y mudos», subrayó el arzobispo.
Así, «en una sociedad tantas veces marcada por la indiferencia», el ejemplo mariano invita a una sensibilidad capaz de «identificar lo que falta en la vida de quienes nos rodean: la falta de esperanza, de amor, de justicia, la falta de lo necesario para una vida digna».
Observando la falta de vino en Caná, María «muestra cómo actuar ante la pobreza, el sufrimiento y la injusticia que persisten en nuestra sociedad». Hoy, prosiguió el sustituto para Asuntos generales de la Secretaría de Estado, «la falta de vino puede manifestarse de muchas maneras: en la falta de oportunidades para los que viven en la pobreza extrema, en la soledad de los ancianos abandonados, en el dolor de los que han perdido la fe y la esperanza, en el sufrimiento de los emigrantes, de los enfermos y de todos los que están expuestos a la exclusión y al descarte».
Como María, actuando «desde la humildad y la compasión» en una actitud de «servicio desinteresado», es posible «ser mediadores de la gracia divina, llevando a Jesús las necesidades del prójimo» mediante una implicación «en primera persona» y «con acciones concretas»; lo que significa, aclaró el representante de la Santa Sede, «que nuestra fe debe traducirse en obras de servicio y amor, especialmente hacia los más necesitados».
La entrega de la Rosa de Oro, símbolo del amor y la devoción del Papa hacia la Santísima Virgen María, es también una llamada a vivir nuestra fe «con un profundo sentido de eclesialidad. La esperanza que refleja la Virgen María no es una ilusión ni un optimismo superficial. Es una confianza arraigada en su fe en Dios y en su promesa».
Cuando María dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5), expresa una confianza total en que Jesús actuará, aunque no sabe cómo.
«Esta actitud es un reflejo de la esperanza que no se queda inmóvil, sino que se pone en marcha, impulsando a otros a actuar. María no desarrolla sola esta tarea; en Caná, su intercesión genera una respuesta comunitaria. De la misma manera, nosotros, como Iglesia, estamos llamados a trabajar juntos para hacer posible que la misericordia divina transforme el “agua” de las necesidades humanas en el “vino” de la esperanza».
«De la misma manera – concluyó el arzobispo – nosotros, como Iglesia, estamos llamados a trabajar juntos para hacer posible que la misericordia divina transforme el “agua” de las necesidades humanas en el “vino” de la esperanza».
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